¿Cómo innovar en marketing? Tus hijos tienen la respuesta.


Foto: Joel Benjamin
La innovación es un proceso elusivo: cuando innovamos, tendemos a verlo como algo positivo, como una forma de adaptarnos al entorno, de mejorar o de crear algo nuevo que mejora la eficiencia o nos permite ofrecer nuevos productos y servicios. Según Eric von Hippel, profesor del MIT, la innovación procede habitualmente de un departamento de I+D, de la práctica de los trabajadores, o de los propios usuarios.

Para llegar a ella, el mítico Joseph Engelberger, padre de la robótica, decía que para orientar una organización hacia la innovación hacían falta tres cosas: una necesidad, personal competente dotado de la tecnología adecuada, y por supuesto, dinero. A nivel personal, la historia es diferente, y la variable fundamental que nos convierte en innovadores parece ser el cambio. Muchos proyectos innovadores proceden de ese tipo de esquemas: una persona que, ante un cambio en sus circunstancias, detecta necesidades u oportunidades basándose en su experiencia en otro entorno, o que se somete a la interacción con nuevos conocimientos, nuevas interpretaciones o nuevos esquemas.

Las empresas que tienen una gestión más proactiva hacia la tecnología obtienen sistemáticamente mejores cifras globales de productividad.

FUERA MIEDOS

En el entorno tecnológico actual, hacer el ejercicio de someterse a cambios que puedan alumbrar los procesos de innovación no es algo demasiado complejo. Vivimos inmersos en la era de mayor dinamismo de la historia de la humanidad: el entorno tecnológico cambia de tal manera, a tal velocidad, que cualquier persona de épocas pasadas habría tenido que vivir varias vidas para poder presenciar los cambios que cualquiera de nosotros ha tenido ya la oportunidad de ver.
Hace doce años, Google no era más que un algoritmo en la mente de un par de estudiantes de doctorado de Stanford. Hace seis años, Facebook donde hoy comparten detalles de su vida más de seiscientos millones de personas en todo el mundo, no era más que una página simple creada desde una habitación de una residencia de Harvard. Hace cuatro años, no existía Twitter. Hoy es utilizado con profusión por millones de personas y se ha convertido en el auténtico pulso de la actualidad mundial. WikiLeaks, que hoy revoluciona el panorama informativo y que si no existiese tendríamos que inventar, tiene igualmente cuatro años.

Someterse a la práctica de ir probando todo aquello que asoma en el escenario tecnológico es un ejercicio del que todo directivo tiene mucho que ganar.

Para el directivo medio, la tecnología, “la informática”, es todavía una forma de hacer lo mismo que se ha hecho siempre, pero más rápido. La evocan como algo que sirve como máquina de escribir avanzada, como calculadora con esteroides o como contable rápido y fiel. En efecto, ese pudo ser su origen. Pero hoy la tecnología es mucho más, y permite utilizarla de maneras sorprendentes. La tecnología en su concepción actual supone una oportunidad de primer nivel para disparar procesos de innovación. Creo firmemente que someterse a la práctica de ir probando todo aquello que asoma en el escenario tecnológico lo cual implica una labor de observación y, en muchos casos, incluso, de “aprende de tus hijos”– es un ejercicio del que todo directivo tiene mucho que ganar. De los usos aparentemente más triviales nacen ideas nuevas, exploración de tendencias, análisis de empatía con posibles clientes, o posiciones de ventaja para enfrentarse a cambios de todo tipo. Y por otro lado, aplicando un mínimo de sentido común, los costos resultan sumamente asequible y el riesgo, casi nulo.

En el escenario tecnológico actual, para ser innovador no hace falta conectarse un cable a la nuca ni aplicarse una especie de electroshock como en Matrix. Con estar al día y tener ganas de probarlo todo, basta para inducir esa actitud innovadora, esos cambios que dinamizan esos circuitos neuronales redundantes que constituyen la memoria y prepararlos para escenarios nuevos.

En el entorno actual, el directivo que dice eso de “no, yo es que de tecnología no me entero” ya no hace un comentario simpático que busca la complicidad del interlocutor, sino que confiesa una carencia vergonzosa, una vocación por el inmovilismo, un no estar a la altura de la época que le ha tocado vivir. Innovar es una actitud ante la vida, y la tecnología es, en nuestros días, una de las mejores oportunidades para ponerse en disposición de hacerlo.


Tomado de: Innovando (Enrique Dans Profesor de innovación IE Bussines School)

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