Durante las últimas décadas, el street art, específicamente las técnicas de stencil y grafitti, se han convertido en una tendencia que día a día gana más respeto y espacio en la sociedad. Aunque en sus comienzos se trataba de una forma de marcar territorio en las calles de Nueva York, fue evolucionando su estética y concepto visual; pasando de ser un acto rebelde, a ser aceptado y apreciado por muchos, como verdadero arte.
Este movimiento, que en su mayoría cuenta con una visión crítica y satírica frente a diferentes problemáticas sociales, también ha adquirido en algunos casos una tonalidad comercial, haciendo parte de importantes museos y galerías del mundo, portadas de revistas y como lo vimos en el caso de Shepard Fairey (Obey) el poster para la campaña presidencial de Barack Obama.
Banksy, el artista callejero británico, cuya identidad sigue siendo un misterio, ha generado de que hablar en todos los medios por la irreverencia e innovación de su lenguaje visual que rompe códigos sociales, usando las calles del mundo entero para su lucha en contra del sistema capitalista y el consumismo, poniendo siempre su toque “mágico” e inconfundible que lo diferencia de los demás.
Debido a la alta exposición de su nombre en los medios, y la polémica generada por la ilegalidad de varios de sus trabajos, Banksy, se ha convertido sin buscarlo en una “marca”, actuando como intruso de esa sociedad de consumo que él rechaza, al no dejar de lado sus principios e ideologías controversiales que poco a poco ganan más adeptos.
En el 2010, Banksy se estrenó como director en un documental llamado “Exit through the gift shop” (salida por la tienda de regalos) nominada a los premios Oscar como mejor documental; En esta cinta se hace evidente su crítica al boom consumista, que ha logrado trascender al arte callejero, transformándolo en muchos casos en una industria como cualquier otra, movida por el dinero, en donde todos pueden llegar a convertirse en “artistas”.
Frente a todo esto, surge una duda, y es entender sí la globalización, la tecnología y la masificación rápida de contenidos, movimientos y tendencias, han contribuido a la pérdida de la esencia y valor del arte o sí por el contrario han sido una ayuda para la democratización de este, logrando transformar el arte en un derecho para todos.
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